Conocí a Susana hace veinte años. Estábamos en el cauce de un río, habíamos quedado allí en casa de una chica para meditar. Ana, la chica se llamaba Ana, aunque es irrelevante.
El primer recuerdo que tengo de Susana es el brillo de su pelo negro y sus ojos bonachones, pero sobre todo se me quedó grabada su sonrisa… de esas grandes y extensas que te impactan cuando las ves.
Meditamos, hablamos, conectamos.
Han pasado veinte años y Susana es ahora una de mis mejores amigas, puede que la mejor, puede que la única.
La semana pasada fui a visitarla a Burgos, ella tiene ahora una papelería.

Después de charlar tres días y tres noches sobre la vida, los desengaños amorosos, el caos del universo y el sexo de los mosquitos zebra, me dejó rediseñar sus escaparates.
Y yo, que soy una tía muy espabilada, aproveché para poner mi libro en un lugar privilegiado.
Si pasas por Aranda de Duero, en la provincia de Burgos, puedes acercarte a la papelería siglo de oro, comprar mi libro y, de paso, conocer a Susana.

Seguro que te cuenta alguna historia increíble que hemos vivido juntas.
Y como es tan graciosa que debería estar haciendo monólogos en el club de la comedia, seguro que te partes de risa.